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domingo, 1 de mayo de 2011

ERNESTO SÁBATO NOS DEJO FISICAMENTE, SU OBRA UN LEGADO ...





Carta a Ernesto Sábato por Jorge Castellón
Buscando fotos de Ernesto Sábato encontre ésta carta escrita en 2010, por un de tantos admiradores de éste gran escritor latinoamericano que fallecio a los 99 años de edad el dia de ayer, 30 de abril. En homenage a ÉL y por ser una carta que expresa mucho de mi pensar la expongo en la integra para compartir.
Habla sobre un gran libro "LA RESISTENCIA". Espero la disfruten tanto cuanto  ...

"Honorable señor,
he leído con profunda alegría ese hermoso libro que usted escribió hace 10 años ya, La resistencia, y no puedo evitar dirigir a usted esta carta, motivado por su espíritu y contagiado por las certezas que sobre el valor de la vida humana, por la necesidad de la esperanza, y el milagro del amor como antídoto del mal, nos dejan esas sus cinco cartas que componen el libro.
Y qué mejor manera de comenzar un libro que sus palabras: “Hay días que me levanto con una esperanza demencial”, dice usted, “momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana, están al alcance de nuestras manos. Este es uno de esos días”. Es que eso demuestra que la literatura, la escritura en usted, y en muy pocos de su estatura, es un regalo para nosotros, de lo mejor de usted mismo. Su mejor vino, la gran reserva espiritual de un hombre que resiste el siglo, y que en esa resistencia se ha añejado su sabiduría, para ponerla en el centro de la mesa de los que quieren ser convidados en una invitación siempre abierta.
He comenzado, como es mi costumbre, por subrayar, por marcar los párrafos que me parecían invaluablemente hermosos de su libro, no sólo por su prosa, sino por su profundidad, por su noble sapiencia. Le cuento que a las cinco páginas cesé de hacerlo: todo lo escrito era fundamental. Nada estaba de sobra, de fondo, de adorno. De seguir en mi costumbre, hubiese tenido que marcar cada párrafo de las 123 páginas de su libro.
Quiero comentar sólo su primera carta, que usted titula “Lo pequeño y lo grande”, de inicio acentúa usted “la convicción de que —únicamente— los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana”. Y al hablar de la condición humana nos habla de la soledad, del alejamiento que las personas —nosotros— experimentamos del mundo, de la deshumanización de la vida.
Momento terrible, sí, casi desesperanzador el que vivimos. Me entenderá mejor si le cuento que escribo desde Centroamérica, desde una de las partes más violentas y pobres del planeta, tierra de héroes sin tumbas, de santos y de cínicos. De un lugar ya sin bosques, sin aves, pero lleno de aguas putrefactas... pero que es nuestra casa. Y desde este contexto, donde uno ansía milagros, me impresiona aun más una declaración suya profundamente cierta, que a veces me pasa inadvertida:
Milagro son ellos, milagro es que los hombres no renuncien a sus valores, cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a sus familias, milagro es que el amor permanezca y que todavía corran los ríos cuando hemos talado los árboles de la tierra.
Y me pregunto: ¿cómo en un mundo como éste, todavía se puede hablar de la posibilidad del amor? En un mundo donde, como en el poema de Juan Gelman: “Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. Sangran”.
Nos dice que hemos perdido “la capacidad para mirar y ver lo cotidiano”. Recordándonos con nostalgia y dulzura lo que es lo cotidiano mismo: “Una calle con enormes tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer”. Nos llama la atención en su carta sobre un hecho casi fatal: el ruido tecnológico del mundo, que “nos quita las ganas de trabajar en alguna artesanía, leer un libro, arreglar algo de la casa mientras se escucha música o se matea”, que en nuestro caso sería el disfrutar de una taza de café entre amigos o seres queridos.
Nos habla, en fin, de cosas simples que hemos olvidado, que hemos desvalorizado, que hemos echado al olvido presas de un letargo profundo sobre las cosas pequeñas. Y usted nos insiste que:
No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y el aquí. Y entonces ¿cómo? Hay que revalorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos.
Y es verdad que ese espacio y ese tiempo están “sagradamente impregnados de la humanidad de las personas”. Y usted nos ayuda a descubrir esa metafísica de la vida cotidiana que desconocemos u olvidamos, y nos recuerda que aquellos zapatos viejos no son zapatos... son “Van Gogh, Vincent: su ansiedad, su angustia, su soledad; de modo que son más bien su autorretrato”. De modo que lo humano está presente en todo y, por lo tanto, las cosas, los objetos, “son símbolos de aquello profundo y recóndito que reflejan”. Y que están allí para decirnos algo... de los que nos rodean, y de las personas que nos han abandonado.
Descubro aquí, sin proponérmelo, una coincidencia suya con sus compatriotas, Jorge Luis Borges y Manuel Mujica Láinez: el amor poético por las cosas, por el misterio de las cosas, que viene del amor por las personas y del respeto por el tiempo que transcurre a través de las personas.
Borges dice:
                                          ...¡cuántas cosas,  
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
Pero hay algo más en sus ideas, señor Sábato, porque para usted, esas cosas nos remiten más bien al presente, a la fuente del goce de lo humano en la vida cotidiana... “Porque el hombre hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo, impregnándolo de sus anhelos y sentimientos...”. Y así, “el contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro”.
Es por eso que —prosigue— “...al retornar a nuestra casa después de un día de trabajo agobiante, una mesita cualquiera, un par de zapatos gastados, una simple lámpara familiar, son conmovedores símbolos de una costa que ansiamos alcanzar, como náufragos exhaustos que lograran tocar tierra después de una larga lucha contra la tempestad”.
Entonces es ahí, en lo inmediato, entiendo, en lo cotidiano, que comienza esa resistencia contra la tristeza del mundo, contra la pesadumbre que suscita la desesperanza; es —parece decirnos— en esos encuentros humanos en que resistimos la deshumanización del mundo que nos rodea. “A los años que tengo hoy, puedo decir, dolorosamente, que toda vez que nos hemos perdido un encuentro humano, algo quedó atrofiado en nosotros, o quebrado”, afirma.
Fuera de los encuentros humanos, somos entonces seres atrofiados, quebrados, ajenos a nuestra propia naturaleza. Alejados, ajenos a los otros, y a la vivencia humana con el prójimo, nos deshumanizamos.
Recuerdo, ahora, una cita de Borges que puede ser la nuestra: “No nos une el amor, sino el espanto”, y es precisamente lo que a nosotros nos sucede, diría, en mi pequeño país. Luego, unidos por el espanto y atrofiados, en qué nos hemos convertido.
Pero su carta me alivia, me dice que lo grande está en lo pequeño. Que es desde lo pequeño desde donde podemos comenzar a irradiar con nuestra pequeña luz, el oscuro mundo del entorno. Que lo pequeño es el intersticio, “apenas el espacio que necesita un latido para seguir viviendo, y a través de él puede colarse la plenitud de un encuentro, como las grandes mareas pueden filtrarse aun en las represas más fortificadas”.
Me alienta cuando dice que “la historia es siempre novedosa”, y que por eso, “a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer el valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas son las que están [...] abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida”.
Me alienta pensar, que cada abrazo entre hermanos, cada beso de una madre a sus hijos, cada sonrisa de un padre, cada risa entre amigos, cada noche entre amantes, cada esperanza juvenil, cada silencio satisfecho alrededor de una humilde mesa, cada sueño escolar, cada letra y palabra aprendida en una escuela, cada bondad en la calle, cada lucha honorable por el sustento, cada rezo, cada mirada de simpatía, nos abren la esperanza de un mejor futuro, “porque el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal”.
Con profundo agradecimiento y admiración."
Jorge CastellónJunio de 2010

 

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